lunes, 28 de agosto de 2017

PREGÓN DAS ROMARÍAS EN HONOR DA VIRXE DA FRANQUEIRA

Poñemos o textio do pregón que proclamou D. Gonzalo Davila, Director de Cáritas diocesana de Tui-Vigo como anuncio das celebracións en Honor da Virxe da Franqueira.




En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Divino Jesús Sacramentado, Laudato Si, alabado seas.
Santísima Virgen María, en esta advocación de A Franqueira, Bienaventurada seas por todos los siglos.
Rvdo. D. Javier Alonso Docampo, Párroco y Rector de este Santuario, muchas gracias por la invitación.
Queridas amigas y amigos, hermanos todos en el Señor, que pacientemente me vais a escuchar.
Proclamar un pregón es anunciar un acto que próximamente se va a celebrar, hacerlo de un modo elogioso e invitar a participar en él. Esto es lo que intentaré hacer esta tarde: elogiar a nuestra Madre María y trasladar la invitación a imitarla y a participar en las celebraciones en su honor.
Lo haré desde el ámbito en el que estoy ejerciendo la misión que nuestro Obispo me encomendó, que es Cáritas. Es decir, el punto de mira lo voy a poner en la caridad y las personas, siempre desde la óptica del Evangelio, buena nueva de Cristo, como siempre lo hizo la Virgen María.
Y procuraré hacerlo sin menoscabar el honor que le debemos al principal feligrés y vecino de esta parroquia, y de cada una de las parroquias del mundo. Él siempre está realmente presente y dispuesto a recibirnos en audiencia privada y gratuita, sin pedir cita ni esperar turno, goza con el tú a tú; y si esta relación es en el silencio de las palabras ¡mejor!, porque “el corazón habla al corazón”. A este vecino por excelencia, por antonomasia, con una presencia corporal y sustancial, entero e íntegro (cf. Pablo VI, Misterium Fidei, 5) lo conocéis muy bien: es Jesús Sacramentado, el Amigo que nunca falla.
¡Gracias, muchísimas gracias, Señor, por quedarte siempre con nosotros aun sabiendo de nuestras ingratitudes e infidelidades!
Aunque esta tarde de Él, directamente, no hablemos mucho, nada de lo que podamos reflexionar tendría valor si no nos lleva a su dulce compañía, a reposarlo junto a su Corazón a pie del Sagrario.
Lo haremos siguiendo el ejemplo de la Virgen María, no sólo en este momento ni en los días de su Novena, sino en todos los días del año y en todos los años de nuestra vida. A Jesús siempre se llega por María. Ella es nuestra principal mediadora e introductora.
¡Cómo no lo va a ser si Ella fue el primer Sagrario y además Sagrario Viviente!
“La Caridad de Cristo nos apremia” (2 Cor 5, 14)
En la Virgen María destacan, por encima de todas las demás virtudes, las tres teologales. Son teologales porque son un don gratuito de Dios.
Su fe con vida, es decir, vivida plenamente, y su esperanza confiada en que se cumplan las promesas de Dios, la llevan a vivir la caridad. La vida de la Santísima Virgen fue y es un permanente ejercicio de caridad. En la vida eterna sólo la Caridad permanece y permanecerá siempre.
Ésta es la principal misión de todo discípulo del Señor: actuar en la vida cotidiana como Él lo hizo, imitando a María y ejerciendo la Caridad.
Estamos llamados a vivir y a ser testigos del amor que Jesús nos ha dado y que este amor llegue a todos, pues a todos está destinado, en especial a los excluidos de nuestra sociedad más próxima y del mundo entero.
Pero, en realidad, ¿qué es la Caridad?
La Caridad es el amor que viene de Dios.
La Caridad, virtud teologal, es superior al amor, aunque muchas veces nosotros las equiparamos; pero únicamente son equiparables cuando el centro de esta referencia es Dios. El amor es uno de los atributos de la Caridad, como lo son también la compasión, la bondad, la piedad, la humildad, la diligencia, etc.
Podemos decir que la Caridad es el Amor con mayúscula: es el nombre propio del amor cristiano.
Así la vivió María Santísima. Ella vivió el Amor de Dios porque,
·       en primer lugar, reconoció su amor, en todos los beneficios que de Él recibió;
·       en segundo lugar, los recibió con humildad, no le bastó con reconocerlos, le fue necesario recibirlos y sentirlos como dones de los que no era merecedora;
·       y, en tercer lugar, comunicó su amor a los demás, amor con amor se paga, decimos habitualmente, es decir, María ejerció la misión.
El amor a Dios fue para Ella el motor de todos los demás amores, y esto distingue a la Caridad -como virtud infusa- de otras buenas manifestaciones sólo de amor natural que todos conocemos: amor conyugal, amos paternal y maternal, amor filial, amor de amistad, amor de noviazgo, ,,. y no digamos de otras expresiones totalmente opuestas, pero que muchas veces se presentan disfrazadas de amor, como el aborto, la eutanasia, la inmoralidad sexual, la avaricia, las adicciones, …
Me voy a detener en cuatro momentos de la vida de la que todas generaciones llamamos Bienaventurada, para así copiar y poder imitar su ejercicio de la Caridad.
Una primera escena es la Visitación a su prima Isabel
Aquí apreciamos su disponibilidad.
Embarazada por obra y gracia del Espíritu Santo, con Jesús en sus entrañas, se lanza a recorrer los caminos que desde Nazaret la van a guiar a Ain Karim.
El ejercicio de la Caridad no puede esperar.
Cuando aún Jesús no anuncia públicamente su Evangelio, Ella ya acoge su mensaje y lo lleva a los demás. Lo debemos aprender también nosotros: María no separa la entrega a Dios y el compromiso con los hombres, sus hermanos. La humilde esclava del Señor, relata el evangelista san Lucas, se puso en camino de prisa, no quería perder tiempo para ofrecer su ayuda y proclamar la grandeza del Señor y manifestar su profunda alegría en su Salvador.
María no necesita reflexionar para ejercer la caridad, por eso a Ella muy bien le podemos aplicar lo que dice el libro Imitación de Cristo de Tomás Kempis (Libro III, cap. 5),:
“Quien ama, corre, vuela;
vive alegre, está libre y nada le entorpece.
A quien ama, nada le pesa, nada le cuesta, emprende más de lo que puede.
El amor está siempre vigilante e incluso no duerme
… sólo quien ama, puede comprender la voz del amor”.
En casa de Isabel y Zacarías, un matrimonio anciano, con un hijo a punto de nacer y después recién nacido éste, lo que haría María en esos días lo dejo a vuestra consideración, pues conocéis muy bien en qué consisten las tareas del hogar.
Ejerce una caridad activa y servicial, porque cuando se sirve se actúa en libertad y la satisfacción del deber cumplido y la alegría rebosan en el corazón. Y más cuando Dios anda entre los pucheros, como dijo santa Teresa de Jesús.
Madre: Prepáranos para estar disponibles para los demás, y hacerlo con alegría y prontitud poniendo siempre en medio al Señor.
La segunda parada es un Caná
Podríamos destacar en esta escena su discreción.
Una fiesta de boda no es una fiesta cualquiera.
El vino, que es un elemento esencial para acompañar a los manjares, comienza a escasear. Ante esta desagradable situación, en su justa medida -así es como se ejerce la caridad- María toma la iniciativa. Observa, es consciente de la necesidad, de la dificultad que se acerca, piensa en lo que ocurre y no en sí misma, y con total discreción habla a Jesús y habla con Jesús.
Y, con un amor lleno de fe, confianza y humildad, lo deja comprometido.
Y se produce el diálogo:
-         “No tienen vino.”
-         “Mujer, … Todavía no ha llegado mi hora.”
-         “Haced lo que él os diga.”
Es decir, María los envía a Jesús y hace que Jesús entre en sus vidas.
¿Hubiera sido igual la boda sin la presencia de María? Evidentemente, no.
En este pasaje observamos como la obediencia es triple:
1.    María obedece a la misión encomendada por Dios, que es la misma que tenemos cada uno de nosotros: Llevar a los demás a Jesús.
2.    Jesús es obediente a su Madre. ¡Cómo va a desairarla!
3.    Los sirvientes hacen lo que María les indica y Jesús le manda: “Llenad las tinajas. Sacad ahora y llevadlo al mayordomo”.
Madre: Enséñanos a tener ojos y corazón para intuir las necesidades de nuestro prójimo y, en la medida de nuestras posibilidades, ayudarles a solucionarlas.
Un tercer momento se produce en el Monte Calvario
En esta tercera parada percibimos la virtud de la acogida silenciosa.
Cristo, libre hasta la médula, obedece al Padre hasta entregar su vida por nuestra redención, por nuestra salvación. Y así, de su corazón traspasado brota la misericordia de Dios.
El cuerpo de Jesús es torturado de un modo atroz, su sangre inocente salpica a sus agresores, los ojos de sus torturadores están llenos de odio y de rabia su corazón, las burlas son continuas, …
Y allí está María, la Madre. Está en silencio sufriente, orando por los maltratadores, implorando su conversión, suplicando al Padre Eterno su perdón.
Y en el penúltimo suspiro de su Divino Hijo, nos ofrece otra muestra de su Caridad.
María, la esclava del Señor, usando correctamente de su libertad, la que le permitió acoger en su seno, en Nazaret, al Salvador, ahora en el Gólgota nos acoge a nosotros como sus hijos: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, “Hijo, ahí tienes a tu madre”, dijo Jesús. Es muy importante que nos fijemos en el posesivo tu, pues desde el Calvario somos posesión de la Virgen María.
Decíamos que María guarda silencio, incluso sus lágrimas de Madre Dolorosa surgen de un profundo silencio de dolor.
¡Y nosotros qué pronto nos quejamos y cuánto nos cuesta callar ante cualquier insignificante contratiempo!
Madre: ¡Qué no nos quedemos en la superficialidad! ¡Ayúdanos a transformar nuestro corazón! ¡Enséñanos a abrirnos a los demás con una caridad auténtica y siempre disponible!
Y la cuarta estación es en el Cénáculo,
pero esta vez en Pentecostés
Aquí podemos observar la paciencia de María y su maestría en la oración.
Hace diez días vio la maldad en la que puede caer el ser humano. ¡Cómo maltrataron a su Hijo!
Y María calla y ora por ellos. Al igual que su Hijo, los perdona y suplica su conversión interior.
¿Qué pasa con los íntimos del Señor, qué pasa con sus discípulos y apóstoles? Uno traiciona a Jesús, otro lo niega, otros están como desaparecidos, otro duda de la Resurrección de su Maestro, … y la Virgen, Madre ya de todos, los comprende, los disculpa, les perdona, los anima, … y los prepara para el gran acontecimiento: reaviva la llama en sus corazones para colocarlos en línea de salida y comenzar la nueva evangelización, para ser valientes testigos de Cristo, como así lo fueron después.
La vida de María es una larga historia personal unida y confiada en el Espíritu Santo desde el Pentecostés de la Anunciación; por ello los apóstoles no encontraron mejor Maestra que los preparara para esta prueba: ¡descubrir al Espíritu Santo!
María acoge y acompaña así a los apóstoles en nacimiento de la Iglesia.
Madre, Trono de la sabiduría, guíame para saber reconocer y avivar la acción del Espíritu Santo en mi alma.


Muy unidos a María y con María
María Madre: siempre disponible, discreta, acogedora, misericordiosa. Vivamos muy unidos a Ella y así sabremos comprender mejor los acontecimientos, los gratos y los ingratos, de nuestra vida personal.
Este estilo de actuar de María es el que tratamos de vivir en Cáritas, organización de la Iglesia dedicada a la caridad. Y debería ser el estilo de todo cristiano aunque no pertenezca a ella, porque Cáritas es la caridad de la Iglesia y por tanto Cáritas es la Iglesia. Como María, Cáritas y la caridad tienen a la persona en el centro de su actividad.
María nos enseña a comprender mejor el significado de la cruz:
·       elevar nuestra oración a Dios siguiendo el recorrido del madero vertical, y
·       estar siempre a la altura de los hermanos con paciencia, comprensión, afecto, con misericordia, recorriendo el madero horizontal.
Así es la cruz de cada día, en la que estarán siempre presentes Dios y los hermanos.
María es Madre y Modelo de Caridad, en ella se manifestó plenamente el amor a Dios y el amor al prójimo. Todo lo bueno que nos podamos imaginar fue realizado por María, y todo lo que nos aparte del hermano, y por lo tanto de Dios, estuvo y está lejos de su corazón.
Por eso el himno a la caridad, al amor cristiano, que escribe san Pablo en la primera carta a los Corintios (1 Co 13, 4-8) parece referirse a María, y nosotros así lo podemos aplicar.
La Caridad, el amor cristiano, María decimos ahora nosotros…
… es paciente, es benigna;
… no tiene envidia, no presume, no se engríe;
… no es indecorosa ni egoísta;
… no se irrita;
… no lleva cuentas del mal;
… no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El amor no pasa nunca.
La Caridad, María no pasa nunca.
La Virgen vivió su vida como un compromiso con el ser humano y en Ella se cumplió lo que el apóstol Pedro pide, en su primera carta, a la primitiva Iglesia y hoy también a nosotros:
"Como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios, poned al servicio de los demás el carisma que cada uno ha recibido. Si uno habla, que sean palabras como de Dios; si uno presta servicio, que lo haga con la fuerza que Dios le concede, para que Dios sea glorificado en todo, por medio de Jesucristo.” (1Pe 4, 10)
“Totus tuos, María” decía san Juan Pablo II, recordando a san Luis Mª Grignon de Monfort. Seamos enteramente de María, pues de su mano contemplaremos a Dios y lo contemplaremos en el hermano. Sólo así seremos capaces de cumplir el resumen de los mandamientos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo, es decir, al prójimo como Dios me ama a mí.
Petición a la Virgen María
A María, Reina de la creación, quien desde el primer instante estuvo con su hijo Jesús, en las alegrías y en las penas, y que ahora cuida de todos nosotros, le pedimos que nos ayude a mirar este mundo con ojos más sabios (Papa Franciaco, Laudato Si).
Con palabras del Papa Francisco, te imploramos:
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión,
del servicio, de la fe ardiente y generosa,
de la justicia y el amor a los pobres,
para que la alegría del Evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Nosa Señora de A Franqueira:
Ø ¡Ensínanos a vivir o compromiso!
Ø ¡Qué a secularización dos nosos ambientes, a oleada de humanismo, non nos faga perder a nosa orixe!
Ø ¡Qué a nosa fe fon sexa una moeda de cambio, e que sempre se manifeste en nós o amor a Deus e aos irmáns, o amor aos irmáns e o amor a Deus!
A Ti, Nosa Nai, nos encomendamos.
Canto final
Me gustaría que termináramos entonando, todos juntos, estos dos versos dirigidos a nuestra Madre:
Estrella y camino, prodigio de amor.
De tu mano, Madre, hallamos a Dios.

Ave María Purísima


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